lunes, 18 de abril de 2011

Aullidos de un lobo solitario. MdelH

LA MALDICIÓN DEL HIELO

Hielo. Se derrite sin remedio. Aunque no siempre es así.

Triste. Solitaria ciudadana de un mundo que la ha obligado existir. Cada choque, cada golpe, cada revés la hace más inquebrantable. Cada fuego en el que queda atrapada la abrasará y hará renacer de sus perennes ascuas algo más gélido que la misma soledad. Cada gota de agua tiznará de mezcolanza escarchada sus fragmentos, cohesionando apatías por el extraño mundo que la rodea y formará un poderoso bloque que no dejará pasar la luz.

La patearon, la arrastraron, la zarandearon e intentaron destruirla, pero lo único que consiguieron fue convertirla en muros y fortalezas, baluarte de lo que es. Simple esencia de hielo.

La Dama del Hielo camina, más bien flota por encima de hirientes baldosas que amenazan con rozar sus delicados pies y atraparla en su pesarosa realidad. Ropajes espectaculares, translúcidos que destilan un brillo cegador alejando la oscuridad que parece querer engullirla sin tregua alguna. Su porte firme, elegante y majestuoso intimida a las bestias que la siguen a cada paso. Sus poderosos gestos y gráciles movimientos deslumbran atemorizando a corruptas pesadillas que pertinazmente la acosan. Su tez pulida, de una pureza inigualable y una suavidad desconocida se recorta entre un séquito de sombras fúnebres.

Todo parece perfecto en ella, un ser divino de la naturaleza. A mí no me engaña. No existe nada perfecto y sus vacuos ojos oscuros la delatan.

Dama, Te observo, me miras. Desesperada lloras y tus lágrimas se congelan entre lamentos antes de poder escapar en forma de sentidas estelas. Nunca lo olvidaré, no existió ni existirá lamento más amargo que tu mortuorio sollozo. De pronto tu solitaria balada cesa. No huyo, no corro, te comprendo. También pertenezco a tu mundo de nieves perpetúas aunque mi naturaleza es distinta. Mi existencia en páramos helados no ha sido fraguada en una bucólica existencia de pesares sin fin. Es mi simple naturaleza, por eso te comprendo y comparto tu maldición.

Abrázame y lloremos juntos nuestra condena. Se lo que sufres en silencio. Y eso es lo más triste, en silencio, ya que tu sufrimiento no puede ser explicado ni paliado de forma racional.

Cada sentimiento que logra acariciar tu piel se convierte en témpano sin remedio. Cada sonrisa sincera, cara susurro sentido, cada profunda canción, cada poderoso deseo, cada amor, muere antes de poder ser estrechado entre tus esbeltos brazos. Malditos Incomprendidos.

Mirémonos. Es lo único que nos queda ya que las lágrimas se helaron largo tiempo atrás.

Navego entre las molduras frías de mi soledad. Molduras tan duras como mi ser. Al fin lo acepté, aunque me costó tiempo. Triste lobo, vagabundo en un mundo extraño, asustado y en guardia sin sentido ni sentir.

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